top of page

Capítulo uno

 

            Corro lo más rápido que me dejan las piernas. Noto que mi respiración va desacompasada y empiezo a tener miedo de que la fatiga llegue pronto y no pueda continuar. Nunca he sido un atleta y tampoco le he prestado demasiada atención a la motricidad del cuerpo humano. Ahora me vendría bien saber de cuánto oxígeno de reserva cuenta un cuerpo cualquiera. O al menos, el mío.

            Las personas se me quedan mirando. Reconozco algún rostro que otro, pero se borra enseguida. No voy a pararme a saludar. Siento el corazón pedirme a gritos que prolongue las respiraciones para ir más lento porque empieza a dolerme. Si fuera consciente del peligro que corremos no me pediría detenernos.

            Se dice que el ser humano está evolucionando y que ya hay dos clases totalmente diferenciadas, por eso se ha perseguido a estos individuos y se los han llevado. ¿A dónde? ¿Qué les han hecho? Nadie lo sabe, pero hará dos años de esta caza de brujas y aún no se sabe nada de aquellos a los que se les llama coloquialmente como los Neo Attis.

            Al final de la calle hay una moto. Hace unas décadas que se prohibieron por carretera porque había muchos accidentes y la gente moría sin necesidad. Pero se derogó la ley una vez se impuso el piloto automático para todos los transportes por autovía. Podría subirme y así ir más rápido. La sociedad está muy concienciada y en esta ciudad no hay robos... ¿Sería yo el primero después de la aprobación del plan de pacificación social hace 50 años? Voy aminorando la marcha y mis piernas lo agradecen. Un coche es demasiado grande para una huída, pero una moto es perfecta.

 

            Huída. Ahora que aparecía en mi mente me daba cuenta. Cuando alguien te persigue para retenerte, lo que haces es huir. Liam el fugitivo, pienso. Hago una mueca desagradable. No me gusta cómo suena ni me siento identificado con ese término. Sin embargo debo ser realista, esa es mi situación.

            Con este nuevo sentimiento de prófugo me subo a la moto. Es un modelo bastante antiguo y tiene  la tarjeta puesta. El hombre al que le debe pertenecer no ha sido muy listo. Aunque nosotros no concebimos una vida ejerciendo la delincuencia, cabía la posibilidad en el que una necesidad te llevara a hacerlo... aunque siempre se pilla al listillo antes de cometer el delito. Nuestras medidas de seguridad son las más eficaces que existen. Estos vehículos tan desfasados tienen un mecanismo de auto protección simple, por suerte este lo tiene inactivo. Su dueño estaría arreglando algo o recargándole energía. Esperaba con gran fe, que fuera lo segundo.

            Me pongo el casco gris y se baja la visera para proteger los ojos. Arranco mediante una secuencia de botones y la moto empieza a flotar. Da más impresión en estos cacharros tan vulnerables al elevarse, que en los coches. El corazón me late deprisa. No puedo perder tiempo en pensar hacia donde voy. Lo que está claro es que necesito moverme. Podría acercarme a casa de mis padres para coger algo de ropa y comida… Pero ¿les habrían puesto guardias custodiándolos? Mis pobres padres... ¿Estarían preocupados? ¿Les harían algo? ¿Y si la evolución está en los genes de los antecesores y se pasa de generación en generación? Al descubrir en mí a un sujeto Neo Attis... ¿les estaría condenando a ellos también?

            No contemplaba la idea de volver a mi propia vivienda. Ese era el lugar al que irían en primer lugar antes que al trabajo. ¿Pero por qué corría? ¿Tenía motivos suficientes para huir? ¿Y si al hacerlo me estaba dificultando aun más mi salida en libertad? ¿Acaso me iban a encerrar?

            Tuerzo a la izquierda y cojo la salida hacia la autovía más próxima. La batería que utiliza este bi-ruedas marca un punto naranja. ¿Eso cuánto suponía? En coche una recarga solar te dura para una semana, una recarga eléctrica para 8 o 9 días, dependiendo del uso. Pero en una moto... No lo tenía tan claro. Por si acaso, acelero y dejo atrás Oriol, mi ciudad, donde nací y me crié. Donde estudié y me gradué. Donde pasé tan buenos momentos y fui feliz. En estos instantes maldigo a los químicos, genetistas, biólogos y a todo aquel que estudia el cuerpo humano y dio con este descubrimiento. Los Neo Attis, la evolución del homo sapiens sapiens. Los futuros líderes, como afirman otros.

            Pero... ¿qué nos diferencia del humano corriente? No llego a entenderlo. "Salida hacia Northquack" leo en el cartel. No, demasiado cerca de Oriol. Debo alejarme más, mucho más. Quizás me venga bien coger un avión, o un barco hacia otro país. ¿Me seguirían donde fuera? ¿Valoraban tanto a estos individuos? ¿Y si me cogiesen... qué me harían? ¿Conocería a otros Neo Attis? ¿Me estudiarían?

            Por los barrios menos controlados por el gobierno se rumorean cosas: dicen que los van estudiando miembro por miembro, analizándolos, incluso que les dan descargas para probar su resistencia; otros comentan que les hacen pasar pruebas muy difíciles para después contratarlos por sus aptitudes especiales;  lo más espantoso de todo... dicen que sólo nos buscan para aniquilarnos. Pero eso parece una película de terror, y esto es la vida real.

            Lo más seguro es que sea para hacernos un estudio. Pero yo no estoy dispuesto. No me había planteado la idea del todo bien... pero creo que tengo miedo. No sé qué pasará si me atrapan. He comido demasiado hoy y el estómago lo tengo revuelto. Esta carrera me va a costar tener que parar para relajarme un rato. ¿Pero dónde? No puedo pararme en un pueblecillo porque hay demasiados guardias y se han divulgado las caras de los Neo Attis que se conocen hasta ahora. Tampoco puedo pararme en medio de la carretera porque hay cámaras por doquier y me verían. ¿Y en un recargador? Es como una gasolinera antigua, pero desde que el petróleo se acabó, se ha apostado por las energías menos dañinas para el medio ambiente y suele haber uno cada ciertos kilómetros. Pero no es mala idea, lo más seguro es que pueda tomarme un café, cargar la moto y seguir con mi marcha durante el resto de la tarde. ¿Y cuando llegase la noche? Sacudo la cabeza. Por ahora lo importante es encontrar un recargador.

            Observo en los paneles a ambos lados de la carretera la velocidad a la que estoy yendo. Demasiado alta, puedo llamar la atención. Disminuyo lo suficiente y me pego al coche de delante. Después, para que no piense que le estoy siguiendo, cambio a otro de color verde. Este me dura menos ya que se desvía a los pocos minutos. Yo tengo que seguir recto. Cuando llevo unos 35 minutos conduciendo encuentro un pequeño recargador. Al bajar de la moto me caliento un poco los brazos, los tengo helados. El hombre mayor que rige el establecimiento se acerca y me mira extrañado. Tiene arrugas por toda la cara y es muy bajito.

            –Buenas tardes –saludo cordialmente.

            –Un tanto fría para ir en moto –contesta ceñudo. Me mira de arriba abajo–. No tienes pinta de motorista.

            –He salido de casa con prisas –le contesto con una sonrisa–. Voy a Placio Tao por un asunto importante, pero mi recordatoria no se ha activado con suficiente tiempo. Es nueva y aún no se ha acostumbrado a avisarme con media hora de antelación.

            –Eso debe ser... –murmura el hombre–. ¿Y bien, señorito Hump? ¿Qué necesita esta chatarra?

            Vacilo en mi respuesta.

            –Necesita que la recargues. El Placio está lejos y no sé si me dará para volver a casa de nuevo.

            –Ajam... –responde.

            Le dejo hacer al hombre mientras me escabullo en la tiendecilla para comprar una bebida que me mantenga despierto. Al final acabo con un par de bolsas de snacks, unas gominolas y una coc30new sabor cherry. ¿Tengo maletero para guardar esto? ¿Sería peligroso atar la bolsa de papel al manillar de la moto mientras voy a 100 por hora? Eso sería aún más sospechoso. Antes de que regrese el hombre para cobrarme le echo un ojo a mi hurto de color azul claro. Tiene una luz amarilla justo debajo del asiento gris. Menuda suerte.

            Vuelvo con mi compra y compruebo con alegría que el asiento se levanta y me deja meter la bolsa. Le echo un trago a la bebida y la guardo con lo demás. Veo que al final hay una pequeña mochila a cuadros. No voy a comprobar qué hay en ella. Será del señor al que le robé la moto. Cierro el maletero y me pongo en marcha. Tengo la sensación de que va a ser un viaje largo. Debería haberme traído una cazadora. Cuando el sol caiga hará muchísimo frío. El otoño es una de las épocas que menos me gustan. De día puedes ir en camisa de manga corta, y por la noche debes llevar una chaqueta gruesa o un abrigo. Pero por el general antes de que den las 8 yo ya estoy en casa y no sufro ese mal. Me lamento mientras noto que el aire pasa raspando mi piel. Es muy desagradable. Todos los días tenemos que echarnos una crema especial y mantenernos hiper-hidratados. Por causas del cambio climático y desde que restauramos la capa de ozono artificialmente, nos hemos vuelto más sensibles a los cambios de temperatura. Por suerte no hay más efectos secundarios. Una crema muy efectiva es lo único necesario. Todo esto por cuenta del Estado, claro. Como se suele decir, es quien más nos cuida.

 

            La noche llega antes de que lo piense y tengo que parar en un pequeño pueblo. Entro en la primera tienda de ropa que veo. Sólo llevo una camisa de manga larga azul a cuadros muy pequeños y unos vaqueros pesqueros. La dependienta se acerca y me pasa el catálogo-net. Un dispositivo táctil donde puedes ver toda la ropa de la que disponen por categorías. Busco en cazadoras, trench, abrigos, chaquetas, pantalones, calcetines… y al final me decido a probarme un par de prendas. Las tiendas se diferencian bastante de las de principios del siglo XXI. Aquí en los escaparates hay grandes pantallas en 3D en las que modelos a tamaño real lucen y se mueven con las nuevas prendas de la temporada. Además interactúan contigo enseñándote cosas que puede que te gusten. Cuando entras, los ojos se te van a la parte central donde un personaje famoso te saluda y te acompaña si quieres a elegir tu compra. En los años 2050 introdujeron robots para que te aconsejaran, pero se dieron cuenta que no eran efectivos. No eran efectivos en casi ningún campo.

            Está claro que sí conseguimos grandísimos avances en robótica. Hubo seres tan perfeccionados y tan humanos, que fueron eliminados precisamente por ser imposible diferenciarlos entre la gente normal. Lo bueno de aquello es que se alargó la esperanza de vida de las personas gracias a los órganos biónicos y al microchip que todos llevamos en nuestro cuerpo: Wich. Cada noche te hace un chequeo por todo el organismo para verificar que te encuentras bien. Si detectase cualquier anomalía, daría parte al hospital y ellos te informarían de lo que te pasa.

            Una vez realizo mi compra, me pongo la cazadora verde oscuro con forro de Luma (un tipo de pelo sintético muy alabado por su gran parecido al tacto del de los mapaches). Dejo allí mis vaqueros, ya que la ropa nunca la llevamos a casa. Se pide online y aparece en tu armario el look que lucirás ese día. Me enfundo en unos pantalones ajustados que imitan a lo que sería el antiguo cuero. Las botas son las mismas que llevaba.

            Subo a la moto y comienzo de nuevo mi marcha. A las 3 de la mañana me detengo en un parque. Mi mente ha estado inquieta y necesito despejarme. Miro alrededor mientras llevo conmigo la moto por la hierba. No hay luces en movimiento ni persona alguna paseando.

            Intento pensar en aquella mañana. Hacía unos días que me habían comunicado el resultado de los goteos de sangre (se llama así ya que tres gotas de sangre son más que suficientes para analizar el RH de tu organismo) y me dijeron que era un Neo Attis. El Estado había pedido que todo el mundo se hiciese estos goteos ya que querían hacer un censo para ver cuántas personas habían dado positivo. Mi jefe se enteró el primero y estos días me había estado mirando raro. Hasta que no llegó la carta esta mañana en la que me citaban en Placio Tao, no pensé en la ansiedad que me provocaban mis resultados. ¿Qué era ser un Neo Attis?

            Levanto el asiento y saco los snacks. Debería haber cogido algo que alimentara más. Me muero de hambre. Tampoco puedo pensar en las calorías y grasas saturadas que voy a meter en mi cuerpo. Seguro que en la carrera de hoy por la ciudad he quemado suficiente.

            No me permito mucho tiempo. Bebo más de la coc30new y me pongo en marcha. Nunca había trasnochado tanto, pero los nervios me controlan por completo y me mantienen activo. La  batería de la moto sigue con dos puntos verdes. Así que me tranquilizo al saber que puedo seguir corriendo. Me pongo a más velocidad, rozando el límite. La adrenalina que recorre mis venas no la había sentido antes. Me sienta bien y me apetece sonreír, pero no lo hago. ¿Me estarán grabando y estaré saliendo en la televisión? No, aún no. En la carta que me enviaron desde Placio Tao (la sede del Gobierno) me decía que me daban tres días para entregarme voluntariamente. Que recogiera mis cosas y se lo dijera a mis amigos. En ningún momento hablaban de que me despidiese de ellos… pero me pareció leerlo entre líneas.

            Ya he perdido un día entero, así que sólo me quedan dos días para entregarme o esconderme lo mejor posible. Pero para eso, primero debo quitarme el microchip Wich, ya que tiene un pequeño radar y pueden dar conmigo cuando quieran. Sin embargo es muy peligroso. Nunca he oído de nadie que sobreviviera sin él. Aparte de hacerte un chequeo, de informar dónde estás, y de avisar si sufres algún accidente, tiene un pegamento que se activa cuando te haces una herida. Detiene la hemorragia al instante; también tiene analgésicos que disuelve en tu cuerpo si empieza a dolerte la cabeza o una muela; te avisa por estímulos de lo que necesitas (por ejemplo, comer, descansar o directamente dormir). Es mucho más cómodo que te lo diga Wich a sentirlo y tener que averiguar por ti mismo qué te sucede.

            Y aparte de ser como un doctor interno que te mantiene sano, es una herramienta social, ya que está conectado a todos los dispositivos de comunicación posibles. Nos facilita tanto la vida que sólo tenemos que preocuparnos en disfrutar. Y eso en realidad no es una preocupación.

            ¿Habría alguna forma de saber dónde está el microchip y sacarlo? Siempre está rondando por el flujo sanguíneo y no se nota por dónde va. ¿Me podría morir sin él? Suspiro. Lo que necesito es descansar. Sé de varios hoteles que están bien, pero no puedo volver a ellos, ya me conocen. Decido pararme en el siguiente pueblo que encuentro y descansar unas horas.

 

            Cuando despierto, me sobreviene una revelación. La clase inferior. Los untere. Ellos podrían ayudarme. Sabía que hacían cosas que no eran legales, pero que el Gobierno pasaba por alto porque nosotros éramos los mimados. Ellos sólo son mano de obra, los que hacen lo que ninguno estaría dispuesto a hacer. Ni siquiera les pagan los servicios mínimos de los que nosotros disponemos. Un escalofrío me recorre por dentro. Les tengo algo de respeto. Creo que no sería capaz de pedirles esto. Ellos me mirarían con ojos confusos, algunos me ignorarían seguramente porque nosotros nunca los hablamos, ni siquiera los miramos. Tenemos una visión de ellos extraña. Como si fuesen más bajitos, más feos, más descuidados. Como si vivieran en un mundo diferente, mucho menos evolucionado que el nuestro. ¿Pero cómo los encuentro entonces? Nunca me habían importado lo más mínimo. Nunca los había visto por nuestras calles.

            Me quito el MB4 de la oreja. Es el dispositivo con el que nos comunicamos, vemos, nos informamos, llamamos, controlamos cosas de la casa, aprendemos, hacemos... es todo. Se puede llevar a modo de pendiente, pulsera, anillo, cinturón, diadema, collar, reloj... es un dispositivo muy versátil. Depende del modelo puedes elegir las distintas formas que puede adoptar.

            Despliego la pequeña tira negra y aparece la pantalla proyectada táctil. Encuentro el mapa de los exurbs. Sabía que no iba a encontrar imágenes de los untere, pero sí que doy con casas diferentes a las nuestras. Más juntas, más pequeñas, más oscuras. Ahí tengo que ir. Y no voy mal encaminado, hay una pequeña ciudad cerca de aquí. Ahora tengo que tomar un desvío y avanzar por toda esa carretera hasta llegar a un puente.

            Tengo dos mensajes de dos amigos. Uno es de Charlotte en el que me propone salir a jugar a los bolos y luego cenar en Mederhan (un sitio nuevo donde los platos vuelan y hay pequeñas piscinas de gelatina revitalizante). El otro es de Jared, uno de mis compañeros de trabajo. Me pregunta dónde estoy. Hemos forjado una amistad muy fuerte y casi sabemos lo que el otro piensa. Cuando le dije lo de mis resultados, en vez de consolarme, se alegró. Me dijo que era diferente, especial y que estaba destinado a hacer grandes cosas. Yo no pienso así. Por culpa de estos genes, seré en dos días un fugitivo. La Justicia en estos tiempos es muy dura. Por eso desde pequeños nos inculcan valores y miedos. No respondo ninguno de los mensajes a pesar de querer volver a salir con Charlotte y de sentir la necesidad de explicarle a mi amigo dónde estoy. Sería genial si le pudiera tener ahora aquí.

 

            Vuelvo a coger la moto. Me miro en uno de los retrovisores panorámicos. Echo en falta mis cremas, sobre todo la de las ojeras. Nadie en su sano juicio saldría así a la calle. En el hotel había un bote, pero sólo era para hidratar. Me retoco un poco el pelo rizado. Es de un tono naranja flúor. Cojo un mechón ondulado y lo coloco a un lado con los demás. Debería haber cogido la crema tiesape, que fortalece y endurece. Al menos con el casco no se me enmarañará.

            He tenido suerte al ser hoy viernes, día festivo. Al ser temprano no hay nadie por las calles, así que puedo salir del pueblo sin ser visto. Me gusta conducir esta moto, responde muy bien a cada movimiento que hago. Para las carreras no debe ser gran cosa, si se tiene suerte y se sabe utilizar se podría ganar alguna. Pero yo nunca he competido, eso mejor que lo hagan los profesionales. Esos sí que dan espectáculos.

            Al final veo el puente. Los radares han disminuido y me parece que ya no hay ninguno una vez se pasa el puente. No es de extrañar, ya he dicho que son la base de la pirámide social. Nunca han salido en televisión, ni siquiera aparecen por nuestras calles. Son como hormigas, todas metidas en sus agujeros. Acelero pasando el límite de velocidad y atravieso el puente. Al otro lado hay un mundo muy diferente al mío.

            Reduzco la velocidad. Me niego a bajarme de la moto. Los untere tienen una ética diferente a la nuestra, a ellos no les enseñan a amar al Estado. Son desagradecidos e irrespetuosos. Sólo trabajan y viven. No conocen el ocio. Sin embargo nosotros, los privilegiados, recibimos un salario para gastarlo en lo que queramos: casinos, cines, parques temáticos, operaciones dermoestéticas o genéticas, consolas de realidad virtual, tatuajes lavables y cambiables… Todo para estar a la última y entretenernos. Nuestra vida es agradable, pacífica y llena de innovaciones que no dudamos en probar. El Estado nos paga la comida, la educación, la sanidad, la ropa… Todo lo vital. Nosotros sólo tenemos que preocuparnos en pasarlo bien.

            Avanzo por una calle donde los pisos grises parecen querer tumbarse encima de mí. Es agobiante. Las calles están limpias, pero no brillan ni cambian de colores. No hay elevadores para cruzar de una calle a otra, ni siquiera paneles luminosos donde anuncian nuevas tiendas y su localización. No sé cuál es mi dirección. ¿Dónde se hacen los chanchullos aquí? ¿Quién me podría quitar a Wich? Quizás me he precipitado y ninguno sabe. Ellos no tienen este microchip, así que lo más seguro es que no sepan ni lo que es. Veo al fondo que hay un niño. Viste con un mono azul y zapatos negros de goma. Paro cerca de él y me quito el casco. Le llamo con una sonrisa y le pido que se acerque con un gesto de la mano. Él me mira y se esconde corriendo en una casa. No habrá entendido lo que quería decir... A lo mejor nosotros les caemos mal o nos tienen envidia por nuestros avances y nuestra calidad de vida. Su tecnología es muy inferior, sólo hay que echar un vistazo general para entender esto.

            No es usual ver niños en la ciudad, pero sé diferenciar cuando alguien está cómodo y cuando no. Este niño tiene algo raro en los ojos, una mueca que sólo había visto en las películas. Lo identifico perfectamente: Miedo. ¿De mí? Tal vez de algo que hubiese tras de mí. Me giro, pero no hay nada más que la carretera por la que he venido y a lo lejos, el puente. Arranco de nuevo. Mi propósito no es conocer a los untere, sino obtener un servicio de ellos. No tardo en frustrarme en mi búsqueda. Ya han pasado 15 minutos y no he visto a nadie. ¿Sería una ciudad fantasma? Llego a una plaza donde me bajo de la moto. Hay un edificio gris que aparenta ser el ayuntamiento, pero parece abandonado, como las demás casas. Hace bastante calor y la atmósfera es muy cargante por la cantidad de polvo que se levanta.

            –¡Tú! -Oigo a mis espaldas. Sé que he pegado un brinco porque he tirado la moto al suelo–. ¡No te gires!

            Levanto la moto y me quedo a su lado. De pié, de espaldas, inmóvil. ¿Querrán robarme? ¿Cómo se actúa en estos casos? Nunca he conocido a nadie que le haya pasado esto. No nos enseñan defensa personal en el trabajo ni en ningún sitio. La violencia es impensable en estos tiempos. Escucho unos cuantos pies acercarse. No está solo.

            –¿Quién eres?

            –Soy Liam Eric Hump, de Oriol –respondo.

            –No me refiero a cómo te llamas. Sino quién eres –replica con brusquedad.

            Quizás esté portando un palo, una porra o un tubo de metal con el que pegarme. ¿Cómo sería eso? No había sentido dolor nunca. Wich se encarga de eso, al menos del interno.

            –No entiendo la pregunta... –La voz me tiembla.

            –Entonces te lo diré de otra manera. ¿Eres un Guardián de la Paz? ¿Eres del Gobierno? –Claro, como no soy como ellos, creen que soy de Placio Tao.

            –No. He venido a pedir ayuda.

            Se hace un silencio incómodo. Me fijo en una de las ventanas del ayuntamiento donde se ve un reflejo distorsionado de lo que tengo justo detrás de mí. Son unos ocho hombres y mujeres vestidos muy diferentes a nosotros. No llevan colores, ni luces, ni van peinados como dictan las modas. Sus rostros muestran la más absoluta de las desconfianzas.

            –¿Ayuda? –pregunta receloso–. ¿De qué tipo?

            –Me gustaría ver con quien tengo el placer de hablar. –Estar de espaldas me hace sentir muy vulnerable.

            –No veo por qué tendríamos que dejarte –contesta otro hombre con voz ruda–. Ya nos has causado un gran problema viniendo aquí. Lárgate con tu moto y tus tecnologías a otro sitio.

            –Necesito deshacerme de Wich. Es un dispositivo que tenemos en el cuerpo que lleva un radar…

            –Sabemos lo que es.

            Me corta el primer hombre. Tomo aire. He conseguido llegar hasta aquí y encontrar a gente que quizás pueda ayudarme. No me voy a dar por vencido.

            –Estoy huyendo. No sé si lo sabéis, pero hay una nueva raza de ser humano y el Gobierno los está reuniendo con un fin que desconozco. Hace poco que sé que soy uno de ellos. Un Neo Attis. No me fio de los propósitos de congregarnos. Se oyen demasiadas teorías de lo que nos quieren hacer… y ninguna buena.

            –¿Y eso qué nos importa a nosotros? –espeta el otro hombre–. No existimos para vosotros, somos como ratas. ¿Por qué deberíamos ayudarte a ti?

            –Tranquilo, Gerard –le calma el líder–. ¿Estás diciendo que quieres que te quitemos tu dispositivo Wich? ¿Estás seguro de eso?

            –Por Dios, Miles, ¿otra vez? No lo estarás diciendo en serio... –protesta el mismo hombre de antes. Tiene un tono de voz muy potente y habla a gritos, es descortés hablar de esa forma a los demás–. Es uno de ellos. Su sola presencia aquí ya nos debe de meter en varios problemas. Imagina que le quitamos el cacharro ese y luego le pillan. Puede decir que lo abrimos en canal y se lo robamos…

            –Gerard, baja el volumen –le pide Miles tranquilo–. Este chico está huyendo. Creo que nuestras normas son claras en este punto. No es la primera vez que ayudamos a uno y el pueblo vecino también colabora en esta causa. Hace unos meses les llegó otro Neo Attis pidiéndoles el mismo tipo de ayuda y que yo sepa, aún no les ha pasado nada. –Le mira cómplice.

            –Ya les pasará –suelta. Se ha debido de acercar a Miles porque escucho los pasos en el suelo y el roce de las ropas. Las nuestras no suenan así. Tampoco discutimos, y menos gritamos. Además está alterado porque escucho su respiración desde aquí–. Te estás equivocando. Con la otra tuvimos suerte. Pero nada te dice que este… –Deben de estar sujetándose la mirada porque no escucho nada. Bufa–. Como nos pase algo, tú serás el culpable.

            –Asumiré las consecuencias. –Luego se dirige a mí–. Me has dicho que te llamas Liam, ¿no? Quiero que hagas todo lo que te diga. –Asiento. El corazón me bombea con fuerza. ¡Voy a conseguir mi propósito!– Mírate las manos y gírate. No dejes de mirártelas, ¿de acuerdo? Si tenemos que quitarte a Wich, pueden encontrarle a él sólo por su radar y ver lo último que tú viste. No quiero que se te quede nada de este lugar grabado, y menos nuestras caras.

            Me giro mirándome las manos. Me doy cuenta de que las tengo manchadas de algo marrón. ¿Habrá desteñido el manillar de la moto? Quizás sea el ambiente de este sitio. Hay como un polvillo ceniza taponando esta pequeña ciudad. Suciedad, tierra, involución.

            Siento que me miran de arriba abajo mientras hablan entre sí en murmullos. Sacan sus conclusiones, se quedan mirando mi pelo, mis accesorios, mi moto. ¿Qué pensarán de lo que están viendo? ¿Me habré despeinado? ¿Tendré la cara manchada también? ¿Estarán haciendo un cálculo de lo que puede costar todo lo que llevo encima? No parece que vivan de manera saludable. Desvió mi mirada hacia sus pies. Llevan botas, algunos chanclas… Plástico. ¿Por qué no utilizan las nuevas pieles sintéticas de las zapatillas de salir a andar? Vuelvo los ojos a mis manos. Me entran ganas de congelar esta imagen y mandársela a Jared para que vea dónde estoy. Pero eso sería una temeridad. ¿Y si, llegado el momento, él les dice a los Guardianes de la Paz mi ubicación? Confio en él, pero podían hackearle su dispositivo de comunicación MB4 y ver la imagen. Puede que ya supiesen que había escapado de Oriol.

            –Liam, vamos a vendarte los ojos, ¿de acuerdo? –Alzo un segundo la vista. ¿Pretendían dejarme ciego?

            –¿Por qué?

            No pestañeo. Wich actúa como una cámara fotográfica antigua, sólo capta una última escena y es la que se ve antes de pestañear. Bajo la mirada lentamente. Se han echado para atrás y temo que este impulso me perjudique.

            –Vamos a llevarte a un lugar más seguro –murmura el que parece el líder–. No querrás que nos deshagamos de ese microchip aquí. –Me habla sereno, pero en mi mente se activa una alarma. ¿Y si van a matarme? ¿Y si, una vez me saquen a Wich, se deshacen de mí? También podrían matarme directamente, en esta plaza tan desangelada. Pero si han ayudado a otro antes, ¿por qué no iban a hacer los mismo conmigo?– No te vamos a hacer nada. Yo mismo te conduciré.

            –No, déjame a mí. –El hombre rudo se acerca con una sonrisa maliciosa. No puedo evitar dar un paso atrás y mirarle. Me choco con la moto de nuevo y la tiro al suelo–. ¡Maldita sea! ¡Acaba de mirarme! –Dos mujeres se acercan y le agarran de los brazos para que no avance más hacia mí. Es alto y está gordo, sin embargo las dos mujeres le consiguen detener.– ¡Te voy a arrancar los ojos!

            –Déjale, Gerad. Le has asustado. –Miles se pone delante de mí.

            –¡Me da igual! ¡Ahora tienen mi cara! –Me señala. No había podido evitar pestañear. Me giro y levanto la moto del suelo. Tiene un pequeño golpe en el lado izquierdo.

            –Cuanto antes le saquemos el chip, antes se irá –intenta mediar.

            Oigo la respiración fuerte y airada de Gerard. Está de acuerdo con las palabras de Miles, pero yo le caigo mal y quiere pegarme ahora. Pegar. Esa es una palabra grotesca, sólo la usamos cuando nos referimos a pegar adhesivos.

            Una de las mujeres se quita un pañuelo que lleva al cuello y se acerca a mí. No percibo ningún tipo de aroma a colonia sensitiva. Sus manos son ásperas. ¡Ásperas! ¿No se echaban crema? Qué mundo más horrendo es éste. ¿Y esas uñas sin pintar, esos pies sin cuidar? Me cubre los ojos con el pañuelo. Esta prenda refleja justo como es ella, como es esta ciudad.

            Cuando va a apretar el nudo la detengo. Me va a aplastar el pelo y luego no sabré volver a rizarlo sin la espuma rizandorulo. Pero es tosca, me aparta las manos con un gesto y aprieta el trapo haciendo dos nudos. No me quejo, pero tuerzo el gesto.

            Lo que pasa después no estoy muy seguro. Sin el sentido más importante para mí, me siento perdido. Avanzo despacio y me hacen torcer a izquierda y derecha. Siento que hay zonas de luz y otras de sombra. Bajo escalones y se abren puertas. Oigo voces que murmuran y otras que claramente muestran su desaprobación a ayudarme. Miles me conduce muy bien por todos estos rincones y, por qué no, con él me siento protegido. Nos hemos detenido. Se abre una puerta y siento que ya no hay gente a mi alrededor.

            –Vale, Liam, voy a quitarte la venda. Te advierto que estamos a oscuras. –Siento sus manos tantear donde están los nudos. Una vez estoy sin él, mis manos se van hacia el pelo. Intento darle volumen, pero no sé si lo consigo–. Esta es la casa del hombre al que teníamos que acudir. Él sabe cómo quitarte a Wich, pero no sé si sus medios van a ser muy ortodoxos para ti.

            –¿Cómo que ortodoxos? –pregunto. Ahí está otra vez ese temblor en la voz.

            –Siéntate aquí muchacho. –Oigo una voz a mi izquierda. Suena siniestra en la oscuridad.

            La mano de Miles me conduce hasta una superficie fría y algo húmeda. Me froto las manos para deshacerme de aquel líquido. Este lugar huele raro. Es muy desapacible, es como óxido. Nunca había olido nada parecido, el que viva aquí debe de estar mareado todo el día.

            Unas manos me tumban bruscamente. Mi espalda se queja al sentir lo dura que está aquella especie de camilla. Noto que alguien me sujeta los brazos y me ata las muñecas a ambos lados. Intento zafarme de las correas pero no puedo, las han atado muy fuerte. ¿Qué me van a hacer? ¿Esto es realmente necesario?

            Una luz en lo alto se ilumina. Por un instante me ciega, pero mis ojos empiezan a recobrarse poco a poco. Miro a mi alrededor. En las paredes hay colgadas sierras, ganchos, hachas, cuchillos de todo tipo, martillos, destornilladores puntiagudos, clavos… Mi corazón empieza a latir deprisa. Esto no es un taller mecánico, ni una consulta médica. Miro mis muñecas, atadas con una especie de cinturón marrón. Mi atención se desvía a la camilla en sí. Está salpicada de un líquido rojo. Rojo… sangre.

            –¿Dónde estoy? ¿Qué es esto? –chillo.

            –Liam, no sabes dónde te has metido. –La voz de Miles suena apagada por algo que tiene delante de la boca.

            Se acerca a mí con una cara enorme y terrorífica. Es un monstruo con dos ojos gigantes, una mandíbula inmensa y suelta espuma por la boca. Me coge de la camiseta y veo que su mano se ha transformado en una garra peluda.

            –Y ahora, vamos a por ti. –Escucho una voz siniestra a mi izquierda que sostiene un bisturí afilado. Lleva una máscara con rejas y una telilla negra en los ojos. Parece tener los rasgos totalmente desfigurados.

            Empiezo a palidecer. Nunca he pasado tanto miedo. Mi corazón late desbocado y siento que es mi final. Me remuevo en la camilla intentando dar de sí las correas, pero son muy duras. Siento mi respiración tan desacompasada que no me deja coger aire para gritar.

            Nunca debí de haber atravesado aquella carretera. ¿Por qué había decidido quitarme a Wich? ¿Qué mal me hacía, si sólo me sanaba? Ahora no recordaba el motivo por el que había venido. La imagen de mis padres, de mis amigos, de Jared aparecían en mi mente. Las lágrimas empiezan a correr por mi cara. Me acaban de atar los pies también y me suben la camiseta blanca. Me van a rajar, me dolerá como nada en este mundo, y aun estando vivo, se regodearán de mi sufrimiento.

            Ahogo un lamento. Las garras de Miles me sujetan el pecho para que deje de moverme. Me clava las uñas y siento una descarga amarga.

            Sólo son mercenarios, inferiores que nadie quiere, los que hacen el trabajo sucio. Me desmembrarán y será como si nunca hubiese estado aquí. Quemarán mi cadáver y se quedarán con mis cosas para venderlas.

            –¿Cómo lo hacemos, Miles? ¿Incisiones superficiales de a poco o le apuñalo sin más hasta que se desangre? –le pregunta el hombre siniestro a Miles.

            ¿Q...Qué? –No me sale la voz.

            Un sudor frío aparece en mi frente y me empiezo a marear. Voy a devolver. Intento avisar, pero el bisturí está muy cerca de mi tripa y hace que se corten las arcadas. Quizás Wich esté intentando ayudarme… Y yo que lo quería fuera de mí…

            –Lentamente –susurra Miles con malicia.

            Aquel metal se acerca a mi piel y comienza a salir un hilillo rojo conforme avanza rasgando. Grito, pero no me oigo. Yo ya no soy dueño de mi cuerpo, las extremidades me pesan y mi mente se ha ido a otro lugar. Siento la oscuridad cerniéndose y aferrándose a mí. No puedo resistirme. Tiemblo. No quiero partir.

bottom of page